miércoles, 22 de mayo de 2013

El conejo de la luna

 
Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
-¿Qué estás comiendo?, - le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.
 
 

LEYENDA

La leyenda de la Xtabay

Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban la Xkebán o pecadora, y a la otra, la Utzcolel o mujer buena. La primera era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de la carne. Las personas honradas del lugar la despreciaban y huían de ella.
La Utzcolel era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz y gozaba del aprecio de todo el vecindario, según relata Mario Díaz Triay, guía de turistas de Yucatán.
A pesar de sus pecados, la Xkebán era muy compasiva: socorría a los mendigos, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente las injurias de la gente.
La Utzcolel era rígida y dura de carácter: desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no curaba a los enfermos por repugnancia. Un día los vecinos no vieron salir de su casa a la Xkebán; pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Había muerto, abandonada; sólo sus animales cuidaban su cadáver. El perfume que aromaba a todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. La Utzcolel rió despectivamente cuando la noticia llegó a sus oídos. “Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno” exclamó. “Más bien apestará a carne podrida”. Pero era curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fue al lugar, y al sentir el grato aroma dijo, con sorna: “Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres”, y añadió: “Si el cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver olerá mejor”.

Al entierro de la Xkebán solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los enfermos a los que había curado; por donde cruzó el cortejo hubo más perfume, y al día siguiente la tumba se cubrió de flores silvestres. Poco tiempo después falleció la Utzcolel; había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría para su alma. Pero su cadáver empezó a desprender un hedor insoportable, como de carne podrida. El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a su entierro, con flores para adornar su tumba; flores que al amanecer desaparecieron por “malas artes del demonio”, volvieron a decir.
La Xkebán se convirtió en una florecilla dulce, sencilla y olorosa llamada xtabentún. El jugo de esa florecilla embriaga dulcemente, como embriagó en vida el amor de esta mujer. En cambio, la Utzcolel se convirtió en la flor de tzacam, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es fácil punzarse.
Convertida la falsa mujer en la flor del tzacam se dio a reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la Xkebán hasta llegar a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le sucedió después de muerta. Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las cosas habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la Xkebán, quien se entregaba al amor por impulso generoso y natural.
Tras llamar en su ayuda a los malos espíritus, la Utzcolel consiguió la gracia de regresar al mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su corazón no le permitía otro, según cuenta la leyenda.
Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer Xtabay, la que surge del tzacam, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera con un trozo de tzacam erizado de púas.
Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor infernal.
Vía

http://www.florecitayucateca.com/2007/11/01/la-leyenda-de-la-xtabay/